Después de tu indudable partida, me siento obligado a sentarme y dejar fluir todo lo que siento en estas palabras. Entraste en mi vida alrededor del 2010, un momento en el que mamá necesitaba una chispa de alegría después de la pérdida de los abuelos. Tu llegada fue como un bálsamo para todos nosotros.
Recuerdo vívidamente el día que te vi por primera vez en aquel refugio de animales. Estabas desaliñada, con el pelaje desordenado y unos ojos que brillaban. Cuando te pusiste de pie con tus dos patas y moviste la cola hacia mamá, supe que te habías ganado un lugar en nuestro hogar.
Al principio eras terca y rebelde. Durante nuestros paseos, solías escaparte en busca de conejos, lo que nos hizo pensar que probablemente habías vivido en el campo y eras hábil cazadora.
Una anécdota curiosa fue aquella tarde en el automóvil cuando pasamos por el autoservicio de McDonald’s. Te emocionaste tanto como si ese lugar te fuera familiar, así que de vez en cuando te llevamos para dar una vuelta por allí.
Desconozco cómo fueron tus primeros 3 años de vida ni cómo llegaste a terminar en un refugio, pero desde el momento en que llegaste, te amamos y te dimos todo el cariño que pudimos ofrecerte.
Por circunstancias de la vida, no pude pasar mucho tiempo a tu lado, ya que me mudé a México. Aunque supe que te quedarías con mamá, después de unos meses, decidieron enviarte a México. Era evidente que echabas de menos mi presencia, ya que entrabas en mi habitación a diario para buscarme.
Siempre estuviste ahí para mí en todo momento, cuidándome y preocupándote por mí. Recuerdo cuando comencé a recaer por mi síndrome y el médico vino a verme; no dejaste que se acercara, mostrándote traviesa, pero era tu manera de protegerme en un momento de vulnerabilidad. Sin embargo, esa vez te alteraste tanto que comenzaste a tener convulsiones.
Nunca supe realmente qué te pasó. Fue tanto tu angustia al verme enfermo, postrado en la cama, que tú misma te viste afectada. Realizamos estudios, te llevamos al veterinario, pero no encontraron razón para tus convulsiones. Por un tiempo, no fuiste la misma. Aunque milagrosamente te recuperaste y las convulsiones no regresaron, empezaron tus problemas renales.
Hicimos todo lo posible, pero tus riñones se debilitaron cada vez más, tus órganos se hicieron frágiles.
Duraste más de lo que pensé que podrías. Viste llegar a Kanino, Bender y Buddie, y los superaste, partieron antes que tú. Siempre pensé que te mostrabas fuerte para mantener unida a la familia, pero lamentablemente no fue así. Cuando noté que ya no eras la misma, que no comías ni bebías, que no podías caminar, me vi obligado a aceptar la realidad.
No había opción. Aunque deseara tenerte conmigo, no era justo para ti. Te costaba vivir y, lo mejor para ti, aunque con un dolor inmenso, era que descansaras.
Tuviste una vida buena y plena. Durante 17 años, aquellos que te conocieron tuvieron el privilegio de conocer a la perrita más dulce del mundo. Enseñaste a los otros perros de la casa cómo ser un perro de verdad.
Gracias por enseñarme la verdadera lealtad y el amor puro. Tu presencia transformó mi vida de maneras inimaginables. Siempre estuviste ahí, en cada momento crucial, siendo mi compañera y guardiana. Eres y serás el corazón latente en mis recuerdos más queridos.
Jamás te olvidaré, Aliyah. A pesar de haberme preparado durante mucho tiempo para tu partida, no tienes idea del dolor que ha causado tu ausencia. Siempre tendrás un lugar especial en mi corazón.
Hasta siempre, mi Aliyah.